martes, 10 de diciembre de 2013

El viernes 13 de diciembre a las 20 horas,  Óscar Sipán presentará su nuevo libro Quisiera tener la voz de Leonard Cohen para pedirle que te marcharas (editorial Base) La escritora y profesora Luz Rodríguez  (Luz Caviria) acompañará al autor en la presentación.
    Y, como de costumbre, un enate.

    Os esperamos         
   
Quisiera tener la voz de Leonard Cohen para pedirte que te marcharas

jueves, 21 de marzo de 2013



Presentación del libro Cerco de Francisco Grasa(editorial Olifante) el próximo viernes 22 de marzo a las 20 horas. Luz Rodríguez acompañará al autor. Con un concierto danzado a cargo de Essential sound, y como de costumbre con Enate.
Os esperamos.



Francisco Grasa Ubieto (Javierrelatre, Huesca, 1960). Reside en  Huesca.
Compagina la actividad literaria con la acción social y cultural.
Es autor de Sol de invierno, Epigramas de sedición,
Habrán caído las hojas de los tulipanes,
Lodos, Agua y cenizas & El suicidio de las olas, Duerme la caliza.                                                                                                                                                                                                      

viernes, 23 de noviembre de 2012

   En este momento me veo asediada por un paisaje blanco e inhóspito y lo peor es que se trata de un paisaje ficticio porque la nieve a la que me refiero es la que pulula por las tres cuartas partes del cuento que estoy corrigiendo. La nieve me hiela y me rodea implacable, se ha vuelto más presente que la realidad misma, al igual que el personaje (la mujer del relato) que me anda exigiendo que la lleve de una vez por todas hasta las últimas consecuencias o la deje en paz para siempre en lo más negro del nicho de tinta.
   Si duro es escribir, corregir es de fakires.
   Paseo del pasillo a mi estudio como una peripatética griega, devanándome el seso, rumiando lo escrito, afanándome en hipótesis creativo-estratégicas mientras mis dos gatas se niegan a acompañarme en los pasos y me observan pánfilas, ya cenadas y ventajosamente envueltas en su pelaje de abrigo para enfrentar la nieve    que ya me está congelando los dedos que necesito para escribir.
   No sé si darme a la bebida o al misticismo.

viernes, 26 de octubre de 2012

Me irritan los poetas que mentan el alma como un salvoconducto que otorgara el privilegio de circular de cualquier modo por los versos. Como si por obra de nominarla -el alma- se operara con gracia metafísica.    

lunes, 17 de septiembre de 2012

Antes de hacer el amor...


Clarice Linspector:


"Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.
A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. No era más una niña con un libro: era una mujer con su amante."



sábado, 25 de febrero de 2012

Asaltar la flor



El tiempo pasa. Me esfuerzo en pensar que no importan los entornos, las casas, las contingencias materiales; que importa el continuum interno de la vocación, de la necesidad que persiste: el arte -esa flor que pulverizar-, y el pensamiento, y  la crítica... Los seres queridos pueden volvernos acríticos: temor a salpicarlos  con nuestras teorías, nuestras equidistancias, nuestras réplicas, miedo a que se resienta el afecto que nos profesan. Pero sí, el arte requiere valor. Copio de un blog vecino esta cita de Bolaño: "Casi todas las vanguardias artísticas, de alguna manera, han servido de refugio para mediocridades impresionantes. Hay una clase de personas que necesitan participar en lo que llamamos arte, pero que están negadas para cualquier acto de valor y para acceder al arte lo primero que se necesita, incluso antes que talento, es valor."


Leo los diarios de Susan Sontag, Aire nuestro de Manuel Vilas, La tarde de las gaviotas de Ana María Navales... Leo sin concierto, sin batuta; a veces leo, además, con serias dificultades de concentración; otras, absorta y volcada. Pero de nuevo con ráfagas de alegría que anticipan mi incorporación al mundo, un despertar -aparatoso aún- tras un tiempo de melancolía y entumecimiento, meses demasiado largos extraviada en una selva espesa y oscura, una selva sin flores que asaltar.

A mi alrededor, un desfile de objetos se han averiado: el ordenador, la impresora, el tostador, la aspiradora, el coche... Parecía una batalla a muerte contra mí, una prueba contra mi resistencia en los ya de por sí peores momentos. Pero ya no me alteran las cosas rotas, todo se pudrirá, pienso en una vida más amplia, en no romperme yo y escribir. Aunque estén ahí esos instantes peligrosos en que se desmocha la cuerda. El mundo es más amplio, me digo. Y ahora ya tengo un lugar donde vivir en la ciudad. Estaré a caballo de este diminuto pueblo y Zaragoza.
Y la escritura llegará, con todo.    

viernes, 17 de febrero de 2012

¿Qué sea muerte?


                                     

                                                Solo La Muerte sobrevive sin nada que reemplazar.

                                                Cada cosa es, en efecto, otra cosa.
                                                   
                                                Cada botadura es reversible.

                                                Menos Ella.

                                                Capotéame. O reemplázame


                                                                                                     Luz Caviria

domingo, 18 de septiembre de 2011

La literatura, esa contorsión. Virginia Woolf decía algo parecido cuando regresaba de los mundos llanos ajenos a la escritura, al análisis y la glorificación del símbolo. A veces, no quiero escribir. Sobre todo, a veces, no quiero querer escribir. Intento, incluso, no pensar con palabras. “No más palabras, solo un gesto”, escribió Pavese el último día. “El éxtasis quema”, decía Bolaño. “Por escribir casi la palmo”, confesaba antes de irse, escribiendo... A menudo quiero ser en silencio. En esa “media sonrisa oriental” de la que Chantal Maillard habla en “La creación por la metáfora”. No más palabras. Ni el fin como alternativa. Y ningún drama. Solo ese gesto, esa liberación.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Terciopelo negro


Hoy es uno de esos días de furia sensorial. Furia sensorial y cimbreantes ensueños Un día sólo aparentemente tranquilo. La forma del día: una visita al médico, una consulta técnica en una ferretería, un café en una terraza mientras espero a A., un trastear sartenes, espátulas, cuchillos y batidora en un afán culinario creativo, un zambullirse en las cimas del sofá, una clase de piano, un ordenar por encima mi escritorio, un sentarse a escribir.
La materia del día: “la fuerza imaginante”en lenguaje de Bachelard. Me llevo al médico el volumen que trata de la poética del agua y una vez allí valoro si podré leer, releer, mientras aguardo mi turno. Veo que sí puedo, que hay todavía una distensión veraniega en las cuatro personas que vigilan sin apremio la puerta de la consulta. Leo en paz. Logro enseguida una asombrosa imbricación, olvido mi cuerpo que debe de sentirse cómodo y relajado al otro lado de mí; olvido que leo, se disipa la “causa formal”, se diluye el tejido, la conciencia del signo, del lenguaje. Se diluye la conciencia de esa conciencia de la forma retrayéndose de mí.
Misse au point. Puesta a punto para la fiesta íntima que me espera. En un contexto inesperado, Bachelard ha prendido una chispa y las condiciones de posibilidad se han dado. Estoy lista. Una alegría pensante, una exuberancia sensorial, una fluidificación cerebral me dispone a algo parecido a la percepción panteísta, al viaje fenomenológico.
El día conservará la forma descrita. Pero yo me he precipitado muy lejos del día. Y vivo, en este día, tantas Ítacas…
A veces, aunque quiera, no puedo leer a Bachelard. Me conduce a una danza que me deja al cabo extenuada. Bachelard es un país al que se accede a nado y de noche. En ese país está el que yo llamo el Día de los Tiempos. Allí, siento que soy la mirada del primitivo ser que observó el trueno y su centella luminosa sin disponer más que de una interjección para nombrarlo. Soy ese ser-materia, ese ser-germen, esa pre-forma, ese universal antropológico, ese volumen sintiente. Soy materia imaginante.
Escribir no importa nada, no existe. Representar significantes, manipular sustancia hasta darle cuerpo… no existe. Este mismo acontecer discursivo en que me encuentro no existe ni siquiera potencialmente en los momentos cruciales de este día de agotadora danza, de insoslayable danza.
Solo ahora, embebida todavía de alcohol y liquen, mareada aún del viaje, agotada de un exceso de luz, de des-velo, soy capaz de sentarme y re-anudarme.
Y escribo.

“En el fondo de la materia crece una vegetación oscura; en la noche de la materia florecen flores negras. Ya traen su terciopelo y la fórmula de su perfume”
GASTON BACHELARD

miércoles, 31 de agosto de 2011

"A por el mar..."









Dos meses de silencio. Primero me silenció la escritura, intensiva durante tres semanas. Determinadas circunstancias me impusieron un ritmo de trabajo final frenético hasta que acabé mi libro de relatos. La mayoría de los que reuní proceden de hace años pero había que corregir, desarrollar otros dos ya empezados en la letra y solo concebidos en mi mente en su totalidad; había que revisar, vigilar la unidad temática, desechar –no sin pena- todo aquello que no guardara verdadera relación de ideas con el resto. Esa fue mi exigencia primera cuando ideé, cuando necesité escribir estos relatos que son costillas que enhiestan el mismo espinazo. Un espinazo, a veces, dolorido.


Fueron días de encierro a solas a los que seguirían días de expansión. La promesa del mar me alimentó durante mi aislamiento. Primero, las redes de la escritura, pero no como cerco sino como mallas elásticas en torno a mí. La inminencia del mar me conducía a esa imagen asociativa mientras escribía. Alguien tejió para mí ese chal de la fotografía y fue íntimamente simbólico envolverme en él cuando fui a por el mar.

miércoles, 29 de junio de 2011

Sé que hay tres visitantes ahora mismo al otro lado y os diría que casi no puedo anotar esto porque escribir, ayer, me dejó como al fusil recién disparado del que Pavese hablaba; me dejó temblando, humeando y vacía. Y hoy, de escribir toda la mañana salí medio a rastras, como un espectro, como una sábana hueca, y ese estado se ha prolongado hasta ahora pero con progresivo decaimiento de mi ánimo. Sergio, si como dices en tu comentario escribes para detener una hemorragia, aunque luego agregues ese clamor a que la sangre siga manando, por favor, detállame cómo te las apañas para lo primero, para hacer de antihistamínico, porque no sabes cuanto necesito hoy volver a sentirme las venas habitadas.

sábado, 11 de junio de 2011

"Heridas causadas por tres rinocerontes" de Fernando Sanmartín. Los días oblicuos del ruiseñor.


Leí este libro con sobrecogimiento y un entusiasmo extraño. Y con gratitud, porque de este libro salí (¿salí?) con más ganas de vivir y de nombrar lo vivido.
Leer es un verbo torpe que no refleja lo que hice mientras recorría esas páginas. Leer es un verbo que resulta banal cuando de lo que hablo es de enchufar los ojos a una corriente eléctrica de miles de voltios. Por eso temblaba cuando quise hablar de lo que leí y destacar algún fragmento. Iba a copiar algunos pasajes tras una primera lectura y, al intentar localizarlos, me vi envuelta en una segunda lectura que no podía dejar y en la imposibilidad de entresacar solo dos o tres párrafos. Nada que extractar porque todo es extracto, todo es médula. Las citas que al fin extraigo me recuerdan que estoy hiriendo el todo, un todo que ya ha sufrido las heridas causadas por tres rinocerontes, un todo que su autor dudó sacar a la luz:

“He dudado porque yo también viví días oblicuos durante su escritura, días demasiado largos como el título del libro, un título que es un resumen de los límites. He dudado porque sus páginas hablan de Yorgos, un niño al que le diagnosticaron, antes de cumplir cuatro años, una leucemia; y con ese diagnóstico supe que la enfermedad aparece de pronto, como un hampón que intenta hacer de nosotros su botín.”

Pero la enfermedad remite y el libro se publica cuando Yorgos ha cumplido ocho años y se nos anticipa que ya juega a fútbol y puede esquiar en inviernos sin aludes porque hay aludes…

(…)que te pueden sepultar para siempre. Porque yo salí de un alud. Y aún no sé cómo.”

Fernando Sanmartín salió de ese alud y nosotros salimos de esa lectura habiendo aumentado nuestro conocimiento sobre las tempestades.
Por eso ese entusiasmo que antes califiqué de extraño, porque aunque ya podemos continuar leyendo habiendo salvado el primer temor, la terrible amenaza sobre el niño, es imposible escapar a un sostenido estremecimiento y, aún así, es imposible no gozar lo escrito, no responder a esa paradójica condición de lo bello con la que el autor se ha comprometido y que afronta de pie, evidenciando un porte de caballero, en una sala de tribunal de la que saldrá un veredicto que se retrasa, una respuesta que hay que esperar sin derrumbarse aunque…

“Aunque haya respuestas que me derriban. Respuestas como un tintero arrojado a la cara. Respuestas que me dan miedo. Respuestas que lo saquean todo”

Hay que permanecer de pie mientras se necesita que cese la desesperación, como Gregory Peck en la película “Matar a un ruiseñor”:

“Ha muerto Gregory Peck un día caluroso, un día en que mi vida es un boceto, un día sin disparos. Hoy hubiera querido ver una película suya, alimentar el conjuro, decirle adiós de esa manera. A cambio, lo que hago es recordar quién era yo cuando vi por vez primera Matar a un ruiseñor, cuando aún no sabía que la vida es un alquiler, cuando ignoraba que en toda biografía no existen los disfraces si uno se ha desmoronado de verdad.”

La expresión del dolor es tan exacta, tan poéticamente directa que su amarrada belleza no deja ni una concesión al lugar común y, sobre todo, no pide subrepticiamente al lector esa complicidad compasiva en lo humano ni esa aprobación estética en lo artístico que las confidencias dolorosas traducidas a literatura a menudo intentan recabar. Lo único que cuenta es lo que está ocurriendo en esa habitación de hospital:

“La enfermedad es un pupitre. Yo juego a recordar. Para evadirme. Pero sufro, no soporto la fiebre, su rencor, sus colchones falsos, su primogenitura. Me rebelo. Soy la nieve cayendo en un estanque. Soy lo que no quiero ser”

Y yo sigo leyendo con esa fascinación que siento como moteada de alfileres de dolor que son barridos por oleajes de júbilo:

“Le pongo al niño, en sus heridas, unas gotas de Betadine. Me mancho las manos, y el niño se ríe de mis dedos manchados. Y esa risa es un balneario”

Y en otra página digiero la ironía amarga que determinada estancia en el hospital despierta en el autor. Es una tarde de verano y varios niños gravemente enfermos se congregan arrastrando sus portagoteros y se crea una tertulia y hasta se aprecian sonrisas:

“Lo pienso después y creo que sólo falta una cámara fotográfica para que Dios nos retrate a todos y enseñe la foto a sus amigos.”

¿Y si ante la enfermedad del niño alguien esgrime el Alma, sus atributos y su alcance? Entonces hay que enfrentarse al alma, ese magma blanco que no cura las heridas de los niños ni sabe interpretar la importancia de los números:

“EL ALMA. Yo no quiero salvar mi alma. Sólo quiero salvar a un niño enfermo. La vida es un tablao flamenco. Pero también es una falsificación Hay quienes jamás lo descubren. Pero no me importa el alma. Porque el alma es una ventana que puede cerrarse. No me interesa el alma. Sólo me interesa el calendario. Aunque no sepa en qué día me encuentro.”

La realidad y el calendario cercan al padre y sin embargo, a lo largo de todo el libro, vemos cómo a su dolor le crecen tentáculos nuevos que alcanzan a rozar los rostros de otros que padecen y luchan por sobrevivir en las calles: el ecuatoriano que se disfraza para no mendigar, el alpinista perdido en la nieve de la montaña, el hombre que rebusca en la basura, el chino al que asaltan y al que roban sus escasas pertenencias lejos del amparo de su tierra. Todo ellos son Yorgos, el niño enfermo, y Yorgos es también ellos. La habitación de hospital es el mapa del mundo. El padre compra el periódico esperando encontrar la noticia de que el montañista ha sido rescatado y compra a un hombre chino que anda en venta ambulante tres ventiladores. El padre, cuando no está en el hospital, también está restañando por el mundo las heridas del niño.

martes, 7 de junio de 2011

Hoy, escribir casi me ha devorado los ojos, la boca, la traquea, el corazón, los pulmones, las manos… Escribo esto con la sangre que mana de la falange segunda de lo que antes fue mi dedo anular.

jueves, 19 de mayo de 2011

El río de la vida

Gastón Bachelard




El Matarraña







Anoche llegué de Valderrobres, tras cuatro días de contrastes: mucho contacto con amigos y amigos de amigos y bastante tiempo también dedicado a la reflexión, la lectura, la escritura. Y siempre allí la seducción del río bajo el corredor de mi habitación. Me hundo en el placer -que siento antiguo, vinculado a la niñez, a la pubertad- de la contemplación. El Matarraña todo lo acalla. A veces subo corriendo a mi cuarto y busco el río bajo mis pies para procurarme un tipo de calma que comparte sustancia con la que busco en Gastón Bachelard cuando el mundo se vuelve ruidoso. Creo que no está mi ánimo propicio a recibir tranquilo el soplo de tanta gente, de tantos saludos, de tantos conocidos, dejando aparte los amigos. Entonces llego aturdida de la calle, de las gentes, de la plaza que siempre estos días está hirviendo de encuentros, y necesito el río, ese decurso de Heráclito, el agua que está como remansada pero se mueve y es apenas perceptible; resbala, suena lo suficiente para acompañar el pensamiento, pero no lo arrecia ni lo apremia. Tampoco te deja triste o melancólica como las aguas estancadas.

Hubo experiencias interesantes y además hay alguien allí con quien al hablar se establece una intimidad siseante y cómplice, pero alguna vez regresé a mi río, aturdida, intentando en vano recordar una cita que venía a decir que había que tener cuidado al zarandear por ahí la vida entre demasiadas voces, demasiada charla, demasiado bullicio... no fuera a ser que tu propia vida acabara convirtiéndose en una extranjera inoportuna.

miércoles, 11 de mayo de 2011

El asedio de la felicidad.



El asedio de la felicidad.



Escher. Escaleras imposibles



Qué hartos estamos de que tanto redentor locuaz nos persiga bamboleando las tablas de la felicidad sobre nuestras cabezas cual Moisés empinado sobre las testas de los hebreos en lo alto del Sinaí; de que se exhiba la felicidad como algo susceptible de contornos descriptivos precisos que podemos adquirir por el módico precio de asimilar un decálogo de sabiduría enlatada. Empero, qué hartos también de que el significante felicidad, convertido ahora en constructo emotivo, dable a tantas interpretaciones a partir de la cuales de tanto significar ya no significa nada, se preste, por virtud de esa ambigüedad, de esa maleabilidad, a ser monopolizado y redefinido hasta la extenuación por cualquier moisés moderno que intuye en sus subalternos del pueblo llano el pecado de la desdicha.


Mientras la crisis excita tentaciones prosaicas aunque no quede ni en la ciudad ni el templo oro que fundir, los nuevos gurús, refundidos en oportuna mezcla de pseudociéntíficos mesiánicos, reparten sus nuevas por tenderetes, escaparates, bibliotecas, peanas televisivas o salones de conferencias ante auditorios que de mano son castigados por haber soñado con el dorado becerro en lugar de haber prohijado la castidad material y la conformidad espiritual que invite a buscar la felicidad en el interior de uno mismo o en lo más recóndito del alma (ay, el alma, ese otro comodín; a menudo ese otro constructo barato) Exhortan y exhortan a buscar y rebuscar la felicidad en ese mítico interior de uno mismo, es decir, donde precisamente el que anda atribulado no puede encontrarla, no en vano ha acudido solo, anónimo, más necesitado que reticente, uno más entre las hordas de afligidos, a recibir el amparo o el consejo de los lucrados y doctos superventas ayudadores de autoayudarse. Y qué gran intimidad esperanzadora procura la palabra autoayuda como antesala de esa inminente comunicación entre emisor y receptor, entre fuente y recipiente, entre el prócer feliz y el no aleccionado en felicidad.


Un, dos, tres... ¡ya!: Preparémonos todos para quedar en evidencia por haber sido pobres en moneda o en espíritu y por haber soñado el becerro dorado y dejémonos instruir por aquellos que esconden a Apis en la vitrinas lustrosas de sus escritorios y tras cerrar la llave corren a conminarnos a abrazar la misma felicidad que ellos irradian desde su perfecta autoestima, ni mucha ni poca sino la dosis de manual indicada. Vienen a mí y a ti, y a él y al otro, a todos nosotros vienen a mostrarnos, a explicarnos cabalmente lo fácil que en realidad es ser simplemente felices; y así lo enseñan y así lo difunden y lo proclaman y lo venden porque saben de lo que hablan, porque a forjar sus teorías -que ni siquiera conjeturas- a muchos de esos propagadores de llamas de dicha maciza les ha enseñado la vida (¿ramplón este argumento?) y otros han extraído sus conclusiones también del estudio de la vida, pero a través sus exóticos viajes, y hay otros a quienes les ha servido para estos fines pedagógicos no el estudio de la psicología sino lo que con la psicología han hecho por su cuenta y lo que su talento les alcanza y tal vez, a menudo, a veces, lo que su interesada actitud les dicta. Conocen, cómo no, cada una de las pautas exactas, psíquicas y de conducta, que todos y cada uno de nosotros precisamos adquirir, ensayar, cambiar, modificar, mejorar… para ser ejemplarmente felices. La misma cerbatana sirve para soplar la misma felicidad a miles de dianas distintas. Te la soplan a la cara, a veces sin que medie requerimiento. O la escriben, la imprimen y la venden; toda la felicidad reunida en un único prontuario de sencillos postulados, porque para qué tratados documentados o pormenorizados estudios o fárragos de datos empíricos si la ética que precede las intenciones de estos sofistas modernos hace las veces de justificación sobrada. Un único breviario es suficiente para satisfacer la complejidad de cada necesidad particular e intransferible de cada ser humano infeliz.


Hermanos, olvidemos el cáliz de la sangre de Cristo, olvidemos la copa maldita en que rebosó la absenta y bebamos del nuevo elixir color verde esperanza apurando todos juntos este otro cáliz de nuestra salvación.


martes, 10 de mayo de 2011

Chantal Maillard "Hilos"

UNO

Uno.
Porque hay más.
Más están fuera.
Fuera de la habitación.
Fuera de las demás habitaciones.
Fuera de la casa.
La casa es demasiado grande.
Se extienden cuando duermo.
Porque también hay muchas.
Últimamente están deterioradas.
Húmedas. Ciegas.
Depende de los días.
Depende de las nubes.
También de las imágenes.
Sobre todo, depende de los hilos.
Partir es dar pasos fuera.
Fuera de la habitación.
De la mente, no:
no hay. Hay hilo.
Partir es dar pasos
fuera de la habitación con el hilo.
El mismo hilo.
A veces se rompe
el hilo. Porque es endeble,
o porque la otra habitación
está oscura. Sin
querer, tiramos de él y se rompe.
Entonces queda el silencio.
Pero no hay silencio.
No mientras se dice.
No lo hay. Hay hilo,
otro hilo.
La palabra silencio dentro.
Dentro de uno —¿uno?

Chantal Maillard viene a Zaragoza, al encuentro Este Jueves Poesía

















viernes, 6 de mayo de 2011

Esperando la tormenta...

Edvard Munch. La tormenta



Las tormentas son lo mejor de este lugar. Habito en ellas, las aguardo con la puerta abierta y el alma en vilo como a huéspedes de honor, como a solemnes libros andantes, como a madres colosales nutridoras y amantísimas, como a silenciosas marabuntas de animales divinos intuidas en la lejanía.



Shhh... ahí llega la tormenta.






sábado, 30 de abril de 2011

En Francia, días enteros en las ramas...



En Francia, días enteros en las ramas, desde los Pirineos hasta la Auvernia, deteniéndonos en la Aquitania, en Dordoña- Perigord; de pueblo en pueblo a pie de río, avanzando despacio para ir zambullendo la vista entre los bosques prodigiosos de hayas, robles, fresnos, robinias, abedules; bosques que nos arrancan más suspiros que cualquier paisaje que hubiéramos inventado para dulcificar la existencia en días de contornos opacos y miradas sin horizonte. Del sol y la transparencia pasamos al interior de claustros umbrosos, iglesias románicas, criptas y grutas subterráneas. Todo el viaje es una dialéctica jubilosa entre el afuera y el adentro.
Nuestro deseo es revisitar Moissac y Sarlat, quedarnos allí y conocer otros pueblos, algunos reseñados, otros al albur de lo que la ruta libre nos sugiera. Así, pernoctamos también en Montignac, para visitar Lascaux, y en Issoire para descubrir la iglesia abacial más policromada de todas.
Esta expresión tan evocadora: días enteros en las ramas (título de un libro de Marguerite Duras) es la que me gusta aplicar a todos esos días de viaje en los que no pienso, en los que no existo como ser reflexivo ni sesudo ni aprensivo ni cotidiano. No pienso porque soy una esponja al lado de la otra esponja que es también A.; dos esponjas a ratos silenciosas, a ratos parlantes y expansivas para celebrar todo cuanto nos gotea encima, más amantes que nunca disfrutando de la intensidad que procura todo viaje no preparado sino soñado; soñada la portada de la Catedral de Moissac y su oscura historia de códices iluminados en los que el pigmento amarillo jugaba un papel perverso pues contenía el arsénico que exponía a ilustradores y copistas de códices al peligro de muerte por contacto tópico con los dedos y la boca. Sí, es esta la historia que recogió Umberto Eco en “El nombre de la rosa”, aunque formulando una variante inventada con una trama cruenta donde la posibilidad del envenenamiento no quedaba al azar. Me sitúo frente al parteluz de la Catedral para admirar esa magnífica portada remedando a Adso de Melk y contemplo con sus ojos los relieves numinosos que a él tanto pasmo y espanto le provocaron. En el “Nombre de la rosa”, el capítulo referido a la hora sexta del primer día que reza: “Donde Adso admira la portada de la iglesia y Guillermo reencuentra a Ubertino da Casale”, esta inspirado por la visión de este pórtico y redunda de forma detallada, gráfica y horrorizada en la descripción del bestiario satánico que corretea por columnas, tímpano, capiteles. Durante el viaje, varias veces me rendiré al asombro y al terror de Absolutos y avernos en actitud mimética con los congregados de otros tiempos, aunque la mía es una fascinación divertida y a salvo de las iras del maligno y los designios del Sentado. Quédome extasiada según digo y no quiero levantarme de esos escalones que veis en la fotografía; no quiero seguir viaje pues no creo que una tercera vez allí regrese, pero al pronto la perspectiva del bellísimo Sarlat, la ciudad con más construcciones medievales y palacetes renacentistas por metro cuadrado del mundo, me arranca de mi postración con brío enamorado de caminos por recorrer.

























































martes, 5 de abril de 2011

A veces, la sensibilidad es...

La sensibilidad es una casa onírica de paredes orgánicas que se multiplican; cada cuarto que atravieso escupe un cuarto nuevo.
Vista desde la ventana del apartamento que ocupé en Roma hace dos veranos, casi tres; aunque en las líneas de arriba de lo que hablo es de estancias interiores. De cualquier modo, fotografié esa ventana porque no parecía asomar a una fachada externa, sino a otra habitación augusta suspendida en el aire.

domingo, 13 de febrero de 2011

Abstracta

Estas últimas semanas he tendido a verme etérea, volátil, errante. Me miro en el espejo y me pregunto cómo y cuándo me he vuelto semivisible a mis propios ojos. Me pregunto si es por haber estado rehuyendo el mundo buena parte del tiempo y recuerdo lo que dijo Santiago Arranz en Castejón de Sos. Expresó la idea de que los seres se van volviendo abstractos a medida que se retraen del mundo. Era una teoría traída a la pintura y a la escultura. Pero veo la analogía en la dimensión humana. Cada vez me siento más abstracta, menos identificable, como una figura ahumada cuyos contornos no remiten a lo conocido sino al misterio de una identidad localizada en otro plano que requiere códigos de interpretación nuevos que no poseo. Más abstracta, sin capacidad de asertos, dubitativa, esquiva a mi conocimiento, vacilante sobre lo que quiero y necesito.

Pensé que esta casa podía ser mi morada, el espéculo material de mi morada interior. Me asustaba algo el aislamiento, pero menos de lo que me atraía y creí que aquí trabajaría mucho y en paz. Pero demasiados días a la semana el aislamiento es radical, completamente sola en las habitaciones y rellanos, en la balsa de mi cama que flota sobre tempestades nocturnas de las que me despierto sudando y entumecida y, al caer la tarde, toda esa negrura precoz en torno a la casa es la única criatura que fisgonea en mis ventanas. Entonces, hay días que opto por reclinarme y dejarme mecer e ir progresivamente desfigurándome, deshilachándome como una Ofelia lánguida en una mecedora de agua que el fuego de la chimenea entibia. Me rindo a una ensoñación que engañosamente tiñe el dolor inicial en algo amigable. Agotada de intentar dilucidar si ese estado me es propio, si iré acostumbrándome, si lograré trabajar bajo los efectos de ese silencio sólo momentáneamente narcótico, acabo por pasar de la entrega a la extrañeza, de la extrañeza a la sensación de que algo se ha dislocado y no puedo moverme, recolocar los huesos, emprender actos sencillos y concretos, abandonar el embrujo de la soledad, la oscuridad y la contemplación para afilar los gestos que me empujen afuera, a dejar de estar en modo abstracto para pasar al modo figurativo que requiere salir hacia el trato con los otros.

miércoles, 26 de enero de 2011

Io sono l'amore















"Cómete ya tu propio
cerebro fatigado:
es la fruta del día."
Aurora Luque


Hoy, como tantas veces, sufrí de sobreabundancia potencial. Tanto deseaba escribir, leer, pero no de cualquier modo, ni siquiera cómo suelo hacerlo: dejándome los restos en el empeño. Me sentía poseída por ideas rollizas pero fugaces como los cerdos que salen volando de los corrales en las historias del realismo mágico. Quería leer, a la vez, poemas de Aurora Luque y los cuasicuentos de Antonio Tabucchi recogidos bajo el eufónico título: "Los volátiles del Beato Angélico" Necesitaba, además, pensar en la bella, arrebatada película -"Io sono l'amore"- que vi anoche en el teatro Olimpia de Huesca; relamerme de los labios y los ojos el recuerdo de la maravillosa actuación de la actriz Tilda Swinton. Me urgía también anotar vínculos que encontré entre esta película y Milán Kundera porque se me antojó ver la evolución de la protagonista en relación con lo que transmite la esbeltez física de su figura y la trágica levedad metafísica de su drama existencial. Al comienzo de esa historia, el principio de gravedad de las convenciones familiares de la burguesía milanesa a la que pertenece Emma, la convierten en una mujer-columna, enhiesta, anclada, elegantemente pesada y digna, soterradamente triste, sospechosamente resignada, como un gran crucifijo clavado en el granito. Es el momento de la todavía soportable gravedad del ser. A medida que el film avanza, se diría que Emma asimila estos versos de Aurora Luque:

"Tienes que vivir vidas. No la tuya,
no sólo la acordada,
también las aledañas, las pospuestas,
las previas, las futuras."

Y Emma por fin robará vida al sinvivir sobrellevable que llevaba y emprende sus escapadas. Aquí Tilda Swinton compone y descompone los más hermosos y trémulos gestos de la incertidumbre ilusionada, de las dudas, del regocijo que le provoca el laberíntico viaje hacia un amor no tolerado. Es el momento de la más dulce levedad del ser. Mientras hacen el amor en la hierba, ella se vuelve leve y casi transparente, flota entre fosforescencias de insectos y crescendos musicales, el rostro se le ablanda y desdibuja como a una santa abrumada por su propia estela luminosa.

Emma sabe que (seguimos con el mismo poema de Aurora Luque)

"En esa cesta hay uvas esenciales,
cerezas infantiles,
húmedas fresas que prometen bosques,
ese sabor a verde ciruela del verano

pero también:

y una pulpa dorada, inmasticable"

Al final de la película, a Emma le es imposible tragar el dolor que acontece en otro afluente de la historia principal. La insoportable levedad del ser aplasta a Emma en la cama del hijo. Emma es ahora una estatua yaciente, un estupor sin facciones.

No quiero desvelar el final, no quiero ser más concreta. Solo diré que a Emma le queda todavía un nuevo estado de ser que tiene y no tiene qué ver con la levedad y el peso. Adivino angosto el camino por el que ella accede a lo genuino. Que lo genuino sea gozoso o doloroso es otra historia. En todo caso, ese riesgo exige siempre el noviciado de despojarse de todo lo demás.

Yo, hoy, fluctué todo el tiempo entre frutos maduros que se me acabaron pudriendo como a Buridán se le malogró el asno. No supe despojarme y elegir. No quería conformarme con la fruta del día. Pero he sido, al menos, capaz de escribir esto cuando estaba a punto de comerme mi propio cerebro fatigado.





domingo, 16 de enero de 2011

"Bullicio de desamor"




Alena Collar, directora de la revista de difusión cultural y artística “Alenarte”, se ha interesado por mi reciente poemario –titulado “Bullicio de desamor”- al igual que muchos de los que seguís esta bitácora. Me habéis escrito a mi correo electrónico preguntando por el medio de conseguirlo y la editorial. Mi gratitud para todos por vuestro deseo de haceros con un ejemplar de mi poemario, pero lamentablemente ya no dispongo más que del reducido número que veis en la fotografía, al menos, de momento. Se debe a que la publicación del poemario surge de resultas de haber obtenido el primer premio en el IX Certamen Poético Ramón de Campoamor y consiste en una edición limitada. Al acto de entrega acudió numeroso público y se repartieron allí unos ciento y pico ejemplares aparte de los que se repartirán en algunas bibliotecas. De cualquier modo, más adelante es probable que me plantee sacar una segunda edición ampliada con otros poemas que no incluí en la primera. En este caso os comunicaría la noticia en mi blog.

También tengo intención de colgar aquí alguna entrevista, información de eventos en los que participo, reseñas de periódicos, etc… Me he resistido a hacerlo porque…, bueno, porque soy un desastre a la hora de tomarme molestias relacionadas con el asunto de promocionarse y esas –con perdón- mundanidades; necesarias, supongo, pero aburridísimas. Una de mis sobrinas, cuando era muy pequeñita se quejaba siempre de la obligación de asistir al colegio y decía: “Yo solo quiero ir al recreo y colorear” Cuando trabajaba en la enseñanza no tenía más remedio que ocuparme de mil cuestiones formales, informes, papeles oficiales, cuestionarios y demás, amén de las clases de filosofía. Me decía a mí misma aquello que Calderón clamaba: “Yo sueño que estoy aquí/ de estas prisiones forjado/ y soñé que en otro estado/ más lisonjero me vi.” Yo no quería más que escribir y colorear. Ahora sueño con dedicar todo mi tiempo a destilar esencias. Es lo que hay. Parafraseando despiadadamente a Calderón: sueño que la vida no es un frenesí, una sombra, una ficción… y que el mayor bien no es pequeño y que toda la vida no es sueño y que los sueños no solo sueños son.

jueves, 13 de enero de 2011

Klimt que estás en los cielos.








A propósito del comentario de mi amiga la pintora holandesa afincada en Valderrobres, (esto de mi-amiga-la-pintora-holandesa es una forma de designar a mi amiga la pintora holandesa que a ella le hace mucha gracia) aprovecho para homenajear un poquito a Klimt. Dice ella: “Klimt en el cielo y Poussin en la tierra” refiriéndose a los dos pintores y a mi poema de la entrada anterior.

Sí, Klimt en el cielo, pero no solo por sublime, sino porque parece que el punto de vista de sus obras se localizara en lo alto. Siempre, cuando observo sus figuras -incluso las que aparecen de pie- tengo la impresión de que están echadas, casi aplastadas contra el suelo, aunque felizmente aplastadas, como si una nube las hubiera pisado sumiéndolas en un placentero sopor. Para mí ese es el doble atractivo de Klimt: por un lado, su mirada elevada contemplando el trajín humano desde las estrellas, pero por otro, su cualidad terrenal en la percepción de la sensualidad de la mujer, de sus ciclos y sus lunas y su sexualidad. En sus dibujos, menos conocidos, esto se aprecia aún más que en sus pinturas. Me entusiasman sus dibujos. Hasta he tenido la audacia de colgar éste junto a su fotografía.

Pero volviendo a la parte sutil -de la que, de todos modos, no está exento el asunto del dibujo en cuestión- hubo en mi vida un tiempo particular de terrible soledad sentimental (sí, también existencial) en el que deseé vivamente ser la mujer de “El beso”, el cuadro archiconocido de mi vienés favorito. Ser una pieza de ése o de otros suyos, ser una mujer-amasijo de poros amarillos, dorados, anaranjados y aplastados en el lienzo al lado de otros amasijos de vida solazada: sola-zada y no solamente sola.

Supongo que esa necesidad inspiro ese poema. Y también la asociación inmediata con el cuadro de Poussin titulado “Et in Arcadia ego”, que, aunque traducido reza: “Yo también estoy en la Arcadia”, dentro del contexto temático de la pintura viene a significar que hasta en el paraíso está presente la muerte; ésta aparece representada en la inscripción de la tumba que los pastores señalan.

De todos modos, toda esta racionalización está lejos del instante tumultuoso, confuso, caótico, en que escribí esa poesía. Y sin embargo, ahora, mientras aclaro lo que probablemente sobra, me doy cuenta de cuan extraño, paradójico fundamento hay detrás del acto espontáneo, imperioso, inaprensible de escribir poesía.

martes, 28 de diciembre de 2010

Y Dios en el ojo de la cámara


Tiene siete años y ha protagonizado la anécdota de la navidad. Se llama Olivia, precisamente como la protagonista de "Pieza de navidad" de Shakespeare. Y precisamente a la navidad, y por ende a un cura, les ha asestado una ironía digna de contar.

Estábamos nueve amigos celebrando vinos y viandas en una auténtica casa bachelardiana (ya explicaré otro día los atributos de esta morada de los sentidos -que no simple casa- como diría Bachelard) cuando Olivia y su madre relataron la ocurrencia.

Al parecer, un cura le dijo a la niña que no existía papá noel; no recuerdo bien qué adujo, algo así como que nadie lo había visto de verdad; en fin, no me acuerdo de esta parte del todo. Supongo que el cura procuraba defender la visión religiosa de la tradición navideña frente a la versión epicúrea que representa el barrigudo hombrecillo del festivo traje rojo y el gorró con pompón. Imagino que el cura ocultaba en la manga un sermón inmediato sobre austeridad y pensaba endilgarle a Olivia la estampa de los reyes magos y sus simbólicos y humildes presentes. Seguramente, el de la negra sotana planeaba hablar sobre agravios comparativos y criticar la frivolidad del gordinflón que, ataviado de fieltro escarlata nada menos, atraviesa las nubes gritando jo-jo-jo y despachando a su paso emperifollados paquetes que contienen algo más que oro, incienso y mirra.

El caso es que el cura, curtido por la edad y los sermones ortodoxos, le dijo a la dulce niña presumiblemente cándida y argumentativamente indefensa, que papá noel no existía.

Y ahí fue cuando Olivia, más directa, segura y rápida que las intenciones del cura, protestó y concluyó:
"¡Por qué no va a existir papá noel! ¿Y Dios qué? ¿Dónde están las fotos de Dios? ¡A ver, nadie tiene fotos de Dios!"