jueves, 28 de octubre de 2010

Cuando vivir es una fiesta

Pero después, cuando he deambulado entre lecturas no edificantes precisamente, cuando he ocupado confusamente el tiempo en no escribir sino en pensar en hacerlo, cuando he postergado tareas que exigían una concentración que no me asistía, cuando casi empezaba a desesperar presa de un ánimo no creativo, no fructífero, toda yo todavía empapada de las telarañas de una noche poblada de sueños inquietantes; después, digo, bajo corriendo las escaleras como quien huye de un ático tenebroso y, aún en pijama, desafiando el frío de octubre, salgo al porche trasero y el sol me arrasa como un amante ávido e impaciente que me hubiera estado aguardado a la intemperie y Gina, mi gata, me acecha medio oculta entre la maraña de una red de rastrojos y al pronto corre a abordarme y me provoca para que corra tras ella y desaparece en cuatro saltos y vuelve y recula y perfecciona sus payasadas sabiendo que la miro y, como el cuadro es delicioso, me siento para regocijarme a placer mientras ella se deja caer de espaldas y se frota el espinazo contra el barro trazando órbitas veloces con las patas; entonces, digo, yo pienso en las pinturas de Chagall (esas figuras sinuosas que planean por el aire pensando en el inminente abrazo, en el colorido encuentro con otras) porque tengo la impresión de que Gina también va a emprender el vuelo y echárseme encima como una estola diligente y viva de dibujos animados para robarme un beso…, y sí, es entonces cuando todo el caos y los rescoldos nocturnos y la tiniebla mental y el escrúpulo creativo se disipan y vivir se convierte en una fiesta.

jueves, 21 de octubre de 2010

Cuando escribir era una fiesta.

"Incluso cuando sentimos un latido de alegría al encontrar un adjetivo acoplado con felicidad a un sustantivo, que nunca se vieron juntos, no es el estupor por la elegancia de la cosa, por la prontitud del ingenio, por la habilidad técnica del poeta lo que nos impresiona, sino la maravilla ante la nueva realidad sacada a la luz." Cesare Pavese
Pero hay días que lavorare stanca; el día revienta en las manos, no hay floraciones nuevas, las letras cortan, anudan, se camina por el filo cimbreante de un cuchillo opaco y lento esperando que el vapor de lo irreflexivo nos aplaque. Es entonces que la letra me está llagando como un ayer y un mañana sin hoy porque en el hoy no hay hoy, sino inmolaciones, horas no cooperantes, minutos rastreros en atropello esteril de los siguientes minutos. Es entonces que siento un tiempo como dentaduras circulares concéntricas en torno, un tiempo astado, un zigzag amarillo en la percepción de lo minúsculo, un lóbulo gris veteado de mancahas amarillas, una parquedad cerebral en lo izquierdo del cráneo, un inconcluso danzar de tinta, unas zapatillas rojas que me arrastran como en el cuento; impelida por su propia voluntad motora me llevan a mí no se sabe dónde y yo me canso y canso dentro de sus hormas hilarantes a mi costa. Me convierto esos días en una criatura, en el dasein de Heidegger. Una criatura es no un ser que se dirige, sino una otredad con liviandez de hoja seca. Así que acabo escribiendo lo más a lo loco que soporto, a lo Duras, dándome sorpresas, a tumba abierta (según cuenta Vila-Matas que escribía la Duras) preguntándome si debajo del descarrilamiento hay alguna opulencia de creación y lírica y literatura o tan sólo ruido.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Durante mucho tiempo pensé que no escribiría una bitácora. Pero llevarse la contraria de vez en cuando es un estupendo ejercicio de afinación,una suerte de transgresión que deja un sabor dulce, una dialéctica en la que una se siente vulnerada y de inmediato aguerrida.