domingo, 13 de febrero de 2011

Abstracta

Estas últimas semanas he tendido a verme etérea, volátil, errante. Me miro en el espejo y me pregunto cómo y cuándo me he vuelto semivisible a mis propios ojos. Me pregunto si es por haber estado rehuyendo el mundo buena parte del tiempo y recuerdo lo que dijo Santiago Arranz en Castejón de Sos. Expresó la idea de que los seres se van volviendo abstractos a medida que se retraen del mundo. Era una teoría traída a la pintura y a la escultura. Pero veo la analogía en la dimensión humana. Cada vez me siento más abstracta, menos identificable, como una figura ahumada cuyos contornos no remiten a lo conocido sino al misterio de una identidad localizada en otro plano que requiere códigos de interpretación nuevos que no poseo. Más abstracta, sin capacidad de asertos, dubitativa, esquiva a mi conocimiento, vacilante sobre lo que quiero y necesito.

Pensé que esta casa podía ser mi morada, el espéculo material de mi morada interior. Me asustaba algo el aislamiento, pero menos de lo que me atraía y creí que aquí trabajaría mucho y en paz. Pero demasiados días a la semana el aislamiento es radical, completamente sola en las habitaciones y rellanos, en la balsa de mi cama que flota sobre tempestades nocturnas de las que me despierto sudando y entumecida y, al caer la tarde, toda esa negrura precoz en torno a la casa es la única criatura que fisgonea en mis ventanas. Entonces, hay días que opto por reclinarme y dejarme mecer e ir progresivamente desfigurándome, deshilachándome como una Ofelia lánguida en una mecedora de agua que el fuego de la chimenea entibia. Me rindo a una ensoñación que engañosamente tiñe el dolor inicial en algo amigable. Agotada de intentar dilucidar si ese estado me es propio, si iré acostumbrándome, si lograré trabajar bajo los efectos de ese silencio sólo momentáneamente narcótico, acabo por pasar de la entrega a la extrañeza, de la extrañeza a la sensación de que algo se ha dislocado y no puedo moverme, recolocar los huesos, emprender actos sencillos y concretos, abandonar el embrujo de la soledad, la oscuridad y la contemplación para afilar los gestos que me empujen afuera, a dejar de estar en modo abstracto para pasar al modo figurativo que requiere salir hacia el trato con los otros.