sábado, 30 de abril de 2011

En Francia, días enteros en las ramas...



En Francia, días enteros en las ramas, desde los Pirineos hasta la Auvernia, deteniéndonos en la Aquitania, en Dordoña- Perigord; de pueblo en pueblo a pie de río, avanzando despacio para ir zambullendo la vista entre los bosques prodigiosos de hayas, robles, fresnos, robinias, abedules; bosques que nos arrancan más suspiros que cualquier paisaje que hubiéramos inventado para dulcificar la existencia en días de contornos opacos y miradas sin horizonte. Del sol y la transparencia pasamos al interior de claustros umbrosos, iglesias románicas, criptas y grutas subterráneas. Todo el viaje es una dialéctica jubilosa entre el afuera y el adentro.
Nuestro deseo es revisitar Moissac y Sarlat, quedarnos allí y conocer otros pueblos, algunos reseñados, otros al albur de lo que la ruta libre nos sugiera. Así, pernoctamos también en Montignac, para visitar Lascaux, y en Issoire para descubrir la iglesia abacial más policromada de todas.
Esta expresión tan evocadora: días enteros en las ramas (título de un libro de Marguerite Duras) es la que me gusta aplicar a todos esos días de viaje en los que no pienso, en los que no existo como ser reflexivo ni sesudo ni aprensivo ni cotidiano. No pienso porque soy una esponja al lado de la otra esponja que es también A.; dos esponjas a ratos silenciosas, a ratos parlantes y expansivas para celebrar todo cuanto nos gotea encima, más amantes que nunca disfrutando de la intensidad que procura todo viaje no preparado sino soñado; soñada la portada de la Catedral de Moissac y su oscura historia de códices iluminados en los que el pigmento amarillo jugaba un papel perverso pues contenía el arsénico que exponía a ilustradores y copistas de códices al peligro de muerte por contacto tópico con los dedos y la boca. Sí, es esta la historia que recogió Umberto Eco en “El nombre de la rosa”, aunque formulando una variante inventada con una trama cruenta donde la posibilidad del envenenamiento no quedaba al azar. Me sitúo frente al parteluz de la Catedral para admirar esa magnífica portada remedando a Adso de Melk y contemplo con sus ojos los relieves numinosos que a él tanto pasmo y espanto le provocaron. En el “Nombre de la rosa”, el capítulo referido a la hora sexta del primer día que reza: “Donde Adso admira la portada de la iglesia y Guillermo reencuentra a Ubertino da Casale”, esta inspirado por la visión de este pórtico y redunda de forma detallada, gráfica y horrorizada en la descripción del bestiario satánico que corretea por columnas, tímpano, capiteles. Durante el viaje, varias veces me rendiré al asombro y al terror de Absolutos y avernos en actitud mimética con los congregados de otros tiempos, aunque la mía es una fascinación divertida y a salvo de las iras del maligno y los designios del Sentado. Quédome extasiada según digo y no quiero levantarme de esos escalones que veis en la fotografía; no quiero seguir viaje pues no creo que una tercera vez allí regrese, pero al pronto la perspectiva del bellísimo Sarlat, la ciudad con más construcciones medievales y palacetes renacentistas por metro cuadrado del mundo, me arranca de mi postración con brío enamorado de caminos por recorrer.

























































martes, 5 de abril de 2011

A veces, la sensibilidad es...

La sensibilidad es una casa onírica de paredes orgánicas que se multiplican; cada cuarto que atravieso escupe un cuarto nuevo.
Vista desde la ventana del apartamento que ocupé en Roma hace dos veranos, casi tres; aunque en las líneas de arriba de lo que hablo es de estancias interiores. De cualquier modo, fotografié esa ventana porque no parecía asomar a una fachada externa, sino a otra habitación augusta suspendida en el aire.