martes, 2 de noviembre de 2010

Poética del fuego


Salgo de mi enmimismamiento porque unos hilos de frío me reptan hace rato por la espalda. Recuerdo que el fuego se extingue abajo y dejo el libro con renuencia para ir a avivar las llamas. Me estremezco cuando recojo afuera los troncos apilados; la noche se ha apoderado ya de la fachada de atrás de la casa y algunas hojas pasan rasguñando sobre mis pies sin avisar y parece que vayan a parar a un túnel que crece en la negrura, en alguna parte no divisable del jardín. Me precipito a entrar antes de ser yo también succionada por las sombras sin dueño que entretienen la oscuridad. Antes de cargar la chimenea llamo a Gina para que venga conmigo a guarecerse a casa, pero a los gatos les encanta jugar con los espectros que crea el viento cuando nadie lo ve.
Hace unos meses, la calefacción del piso donde vivía no posibilitaba ninguna lírica del fuego. Encuentro un placer ¿diré ancestral? en procurarme mi propio fuego, y un placer bachelardiano en contarlo.
Y en retratarlo. Ese es el tronco que eché al hogar.