sábado, 25 de febrero de 2012

Asaltar la flor



El tiempo pasa. Me esfuerzo en pensar que no importan los entornos, las casas, las contingencias materiales; que importa el continuum interno de la vocación, de la necesidad que persiste: el arte -esa flor que pulverizar-, y el pensamiento, y  la crítica... Los seres queridos pueden volvernos acríticos: temor a salpicarlos  con nuestras teorías, nuestras equidistancias, nuestras réplicas, miedo a que se resienta el afecto que nos profesan. Pero sí, el arte requiere valor. Copio de un blog vecino esta cita de Bolaño: "Casi todas las vanguardias artísticas, de alguna manera, han servido de refugio para mediocridades impresionantes. Hay una clase de personas que necesitan participar en lo que llamamos arte, pero que están negadas para cualquier acto de valor y para acceder al arte lo primero que se necesita, incluso antes que talento, es valor."


Leo los diarios de Susan Sontag, Aire nuestro de Manuel Vilas, La tarde de las gaviotas de Ana María Navales... Leo sin concierto, sin batuta; a veces leo, además, con serias dificultades de concentración; otras, absorta y volcada. Pero de nuevo con ráfagas de alegría que anticipan mi incorporación al mundo, un despertar -aparatoso aún- tras un tiempo de melancolía y entumecimiento, meses demasiado largos extraviada en una selva espesa y oscura, una selva sin flores que asaltar.

A mi alrededor, un desfile de objetos se han averiado: el ordenador, la impresora, el tostador, la aspiradora, el coche... Parecía una batalla a muerte contra mí, una prueba contra mi resistencia en los ya de por sí peores momentos. Pero ya no me alteran las cosas rotas, todo se pudrirá, pienso en una vida más amplia, en no romperme yo y escribir. Aunque estén ahí esos instantes peligrosos en que se desmocha la cuerda. El mundo es más amplio, me digo. Y ahora ya tengo un lugar donde vivir en la ciudad. Estaré a caballo de este diminuto pueblo y Zaragoza.
Y la escritura llegará, con todo.