miércoles, 1 de diciembre de 2010

Abatida

El café proporciona solo una ilusión de calor. Tengo el frío dentro, muy dentro, en una cripta inaccesible. Estoy abatida. No puedo contar nada de las jornadas literarias de Castejón de Sos. Podría hablar de S.O.S., pero no de Castejón, ni de nada. No tengo ánimo de cronista. La palabra "crónica" es fea, dura, parece que designara la acción de romper un cráneo para extraerle el encéfalo.
El sábado después de comer, paseaba bordeando ese pueblo pirenaico, buscando una visión franca de las montañas (para ello solo hay que abandonar la calle principal, el Far West, como dijo Vila-Matas al regreso de su salida matinal) y tropecé con las diminutas panzas de dos pajarillos de vivos colores. Uno era de un verde pistacho jocundo, el otro azulado; dos botoncitos brillantes a centímetros de mis botas, muertos. Se me quedó grabada esa imagen, ese picado, como un plano cinematográfico fijo. Se me quedó en la mente esa incongruencia, esa, cómo diría, toda es gracilidad abatida quizá por el frío. Me gusta la palabra "abatida": mustia, menguada. Los pájaros estaban abatidos, no por mustios ya que casi refulgían al sol, sino por tumbados, caídos.
El café me ha puesto lastimosamente en pie.

Café



Café