viernes, 23 de noviembre de 2012

   En este momento me veo asediada por un paisaje blanco e inhóspito y lo peor es que se trata de un paisaje ficticio porque la nieve a la que me refiero es la que pulula por las tres cuartas partes del cuento que estoy corrigiendo. La nieve me hiela y me rodea implacable, se ha vuelto más presente que la realidad misma, al igual que el personaje (la mujer del relato) que me anda exigiendo que la lleve de una vez por todas hasta las últimas consecuencias o la deje en paz para siempre en lo más negro del nicho de tinta.
   Si duro es escribir, corregir es de fakires.
   Paseo del pasillo a mi estudio como una peripatética griega, devanándome el seso, rumiando lo escrito, afanándome en hipótesis creativo-estratégicas mientras mis dos gatas se niegan a acompañarme en los pasos y me observan pánfilas, ya cenadas y ventajosamente envueltas en su pelaje de abrigo para enfrentar la nieve    que ya me está congelando los dedos que necesito para escribir.
   No sé si darme a la bebida o al misticismo.