jueves, 13 de enero de 2011

Klimt que estás en los cielos.








A propósito del comentario de mi amiga la pintora holandesa afincada en Valderrobres, (esto de mi-amiga-la-pintora-holandesa es una forma de designar a mi amiga la pintora holandesa que a ella le hace mucha gracia) aprovecho para homenajear un poquito a Klimt. Dice ella: “Klimt en el cielo y Poussin en la tierra” refiriéndose a los dos pintores y a mi poema de la entrada anterior.

Sí, Klimt en el cielo, pero no solo por sublime, sino porque parece que el punto de vista de sus obras se localizara en lo alto. Siempre, cuando observo sus figuras -incluso las que aparecen de pie- tengo la impresión de que están echadas, casi aplastadas contra el suelo, aunque felizmente aplastadas, como si una nube las hubiera pisado sumiéndolas en un placentero sopor. Para mí ese es el doble atractivo de Klimt: por un lado, su mirada elevada contemplando el trajín humano desde las estrellas, pero por otro, su cualidad terrenal en la percepción de la sensualidad de la mujer, de sus ciclos y sus lunas y su sexualidad. En sus dibujos, menos conocidos, esto se aprecia aún más que en sus pinturas. Me entusiasman sus dibujos. Hasta he tenido la audacia de colgar éste junto a su fotografía.

Pero volviendo a la parte sutil -de la que, de todos modos, no está exento el asunto del dibujo en cuestión- hubo en mi vida un tiempo particular de terrible soledad sentimental (sí, también existencial) en el que deseé vivamente ser la mujer de “El beso”, el cuadro archiconocido de mi vienés favorito. Ser una pieza de ése o de otros suyos, ser una mujer-amasijo de poros amarillos, dorados, anaranjados y aplastados en el lienzo al lado de otros amasijos de vida solazada: sola-zada y no solamente sola.

Supongo que esa necesidad inspiro ese poema. Y también la asociación inmediata con el cuadro de Poussin titulado “Et in Arcadia ego”, que, aunque traducido reza: “Yo también estoy en la Arcadia”, dentro del contexto temático de la pintura viene a significar que hasta en el paraíso está presente la muerte; ésta aparece representada en la inscripción de la tumba que los pastores señalan.

De todos modos, toda esta racionalización está lejos del instante tumultuoso, confuso, caótico, en que escribí esa poesía. Y sin embargo, ahora, mientras aclaro lo que probablemente sobra, me doy cuenta de cuan extraño, paradójico fundamento hay detrás del acto espontáneo, imperioso, inaprensible de escribir poesía.