jueves, 11 de noviembre de 2010

Bodegón con libro y rosas


Ya no puedo asomarme al río Matarraña porque estoy de nuevo en casa, pero he podido asistir en primera fila al espectáculo de los cielos. Tomé la instantánea de la viñeta anterior a las 17, 55 h. desde mi dormitorio.

Después me preparé un café y retomé la lectura de Chéjov. Aunque no es el día del libro, ayer me despidieron de Valderrobres con dos rosas, de modo que ¿por qué no componer ese bodegón que reune tres placeres?

En este libro, Chéjov se nos muestra vigoroso, instructivo, directo, jugoso y reconfortante a la par que desmitificador. Basta observar su retrato en la cubierta: su porte aplomado, la autoridad que desprende a pesar de estar medio repantingado en la escalera. Mirad esos ojos inquisitivos, esos hombros derechos, esa actitud que está a medio camino entre la relajación y la prontitud a emprender el trabajo. Sujeta el bastón como si fuera la pluma y con la otra mano estrecha contra su costado a ese perro que inexplicablemente duerme arrumbado en no muy cómoda postura, lo que indica la confianza mutua que perro y escritor se tienen.

Ningún afeite en este libro, nada de retórica, pero tampoco parquedad ni aspereza, aunque sí exigencia, mucha exigencia de compromiso creativo, de depupuración técnica y de disciplina y entrega frente a quienes le piden consejo. No apto para pusilánimes.

A mis alumnos de talleres de narrativa tal vez les gustaría leer esta carta que transcribo como ejemplo. En esta carta en particular se muestra implacable porque se la dirige a su hermano Alexánder P. Chéjov.


"En tus obras pones énfasis en la morralla... Sin embargo, no has nacido para ser un escritorzuelo subjetivo... Eso no es algo innato, sino adquirido. Renunciar a la subjetividad adquirida es tan fácil como decir que dos y dos son cuatro... Basta con ser un poco más honesto: situarse al margen de todo, no meterse en la piel de los héroes de tu propia novela, renunciar a uno mismo aunque sea por media hora. Tienes un cuento en el que un matrimonio joven se pasa el almuerzo besándose, gimiendo, en fin, llueve sobre mojado...¡No hay ninguna palabra sensata, sino sólo placidez! No has escrito para el lector... Has escrito porque esa palabrería te resulta agradable. Describe el almuerzo, cómo y qué han comido, cómo es la cocinera, cómo es de trivial tu héroe, satisfecho con su felicidad indolente, cómo es de trivial tu heroína, lo ridícula que resulta en su amor por ese ganso grasiento y bien alimetado, envuelto en una servilleta... Es verdad que a todos nos gusta ver a personas bien alimentadas y satisfechas, pero para describirlas no basta con contar lo que ellas dicen, y cuántas veces se besan... Hace falta algo más: eliminar la sensación particular que produce la felicidad almibarada en las personas tranquilas... La subjetividad es una cosa horrible. No es buena sólo por el hecho de que pone en evidencia al pobre escritor de la cabeza a los pies..."

Ayer, agua; hoy, fuego.