sábado, 20 de noviembre de 2010

Una vida absolutamente maravillosa

Bajo este titular voy a conocer a Enrique Vila-Matas este fin de semana.
Bajo el mismo techo creo que dormiremos.
Bajo una escalera por la que descendía un desnudo, Marcel Duchamp dijo que había vivido una vida absolutamente maravillosa.
Bajo un ánimo de cronista, tal vez a mi regreso del viaje relate lo acontecido.
Bajo un ánimo muy afligido me quedaría yo si a Vila-Matas le disgustara que un par de líneas más arriba haya jugado al equívoco al conjeturar ese techo común sobre nuestras dos cabezas.
Bajo el efecto de una ardiente curiosidad y un borrascoso cielo -que ya querría deshojar de su paleta El Greco- esta noche voy a empezar la lectura de "Dublinesca"
Bajo estas líneas os dejo con la foto de Vila-Matas incluida en el estupendo reportaje que pubicó la revista Qué leer.


Enrique Vila-Matas se juega la vida en Dublín


"Para conocer in situ los escenarios por los que discurre su “Dublinesca” (Seix Barral), nuestro Ulises particular acompañó a Enrique Vila-Matas a la ciudad de James Joyce, donde Bram Stoker escribió su “Drácula” y lugar en el que los muertos y los borrachos soportan la misma lluvia. Texto: Antonio Baños Fotos: Elena Blanco
Solemne, el escritor Vila -Matas avanzó desde la escalera hasta donde estaba expuesto el bufet alimentario en aquel maderoso y crepitante pub dublinés. Se plantó frente a las viandas con la firme intención de comer de alguna de ellas, pero el camarero distinguió en el ojal de su americana el botón rojo que lo acredita como poseedor de la Légion d’Honneur, la más grande condecoración creada por la gabacha nación. El camarero, que a la sazón resultó ser francés de cuna, casi se cuadró delante del condecorado novelista. El fámulo inquirió a Vila-Matas sobre cómo había conseguido tal honor. Indochina, Argelia, Mururoa… pensó el galo. “No” -respondió Vila-Matas firme como un coronel de ingenieros-: “Escribiendo libros”.
La desilusión apareció en su cara de francés y debió sentir el que le den medallas a cualquiera, pensando que la escritura precisaba de menos valor y temple que la milicia. En el caso de Vila-Matas se equivocaba. Tiene este escritor madera de asediado, de la résistance, de guerrillero, de constante saboteador de la literatura convencional. Y, quizá por ese aire de clandestinidad importante que despide, el garçon nos trajo hasta la mesa un tajo de roast beef y una sopa.
Parecía sábado por la mañana aquella tarde de jueves en que aterrizamos en Dublín. Enrique Vila-Matas, Elena Blanco, de la editorial Seix Barral, y yo estábamos en la capital de la verde Erin para encontrarnos con el equipo del programa de TVE Página 2. Querían reportajear a Vila-Matas y preguntarle sobre su último libro, Dublinesca, el primero que el escritor ubica en la vieja y catolica “hemiplejia de la voluntad”, como definió Joyce al Dublín que acoge su relato.
Muchos lectores del autor se sorprenderán ante el cambio que supone pasar de su denso y recreado París a la fe del inglés de tierra feniana. Desde que Doña Margarita Duras, pobrecita mía, le alquilase una mansarda en el París de los 1970, el nombre de Vila-Matas está asociado a la sólida tradición de la francofilia barcelonesa. Hasta ahora.

Vila-Matas, amenazado
No sé si por ansia de devorar nuevas culturas o por zafarse de los tópicos que le puedan atenazar, Vila-Matas y un grupo de amigotes escritores de prestigio decidieron viajar hasta Dublín a vivir un Bloomsday, que no es otra cosa que la recreación cada 16 de junio del 16 de junio, el día descrito en el Ulises de James Joyce. De esta experiencia nació una orden de caballería sedente llamada la Orden del Finnegans. Una hermética sociedad consagrada a honrar la obra y la memoria del gafotas y dipsómano escritor irlandés.
Dublinesca describe de manera más o menos autobiográfica lo que él llama su “salto inglés”, la inmersión en una ciudad, una cultura y una nueva geografía que Vila-Matas, no se preocupen, ya ha masticado a gusto hasta adaptarla a su parabólica mirada.
Y ahí estamos, camino del Museo de los escritores irlandeses donde nos esperan las cámaras de la tele. Antes de cruzar el puente O’Connell, o quizá después, Vila-Matas pisa la calzada y casi me lo atropellan. Elena Blanco es quien salva a la insigne pluma. Metros después, un cochecito del servicio de limpieza casi arrambla con él. No hay duda, alguien o algo está molesto con la presencia de Vila-Matas en Dublín. Quizá esté detrás la embajada francesa, molesta por su “traición”; quizá secuaces de Vladimir Nabokov, el magno escritor que no soportaba el Finnegans Wake de Joyce. Lo que tenemos claro es que, a partir de ese momento, estamos todos en peligro.
El museo de escritores irlandeses no está lleno de gente. Está vacío. Según parece, ése es su estado natural. Parece que esta tierra mueve a los aficionados a la literatura a exiliarse, incluso de sus propios museos.
Su nuevo libro sigue siendo suyo. En cuanto pisa un pie de página, Vila-Matas no lo suelta hasta desentrañar la vida de esos personajes desenfocados o ausentes en la foto de la gran literatura. “La cita es mi sintaxis”, se ve que dijo en una entrevista, y a fe que en Dublinesca la cita, la referencia a diestro y siniestro, se convierten en la niebla densa que envuelve las dudas y quizá paraliza al protagonista, un editor literario retirado en plena crisis vital y estética. ¿Cuanto tiempo vive un bacalao fuera del agua? ¿Cuánto un escritor fuera de la literatura? Vila-Matas no está dispuesto a hacer el experimento y se sumerge con Dublinesca en el negro Mar de Irlanda, auténtico protagonista de su relato. Una búsqueda del genio, quizá de la juventud. El funeral de una literatura, quizá de todo un mundo. "