Una vez escribí en un poema que la infancia era el primer cachorro rescatado del abismo. Observar a Gina me proporciona una alegría doméstica y salvaje. Tal vez sea porque como decía Denys Finch, el Robert Redford de Memorias de Africa, “los animales no hacen nada sin entusiasmo”. El que a mí me falta estos días, lo busco en Gina. El problema es que un día de estos de atrás, en un momento en que me sentí desolada, me volqué sobre ella y la abrumé tanto con mi abrazo humano que me miró perpleja y enfadada y se me escabulló rezongando y murmurando no sé qué acerca de la torpeza de mis repentinos delirios amorosos.
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